LA GRAN EDAD MEDIA
Durante los primeros siglos de la Edad Media, la filosofía se nutre de savia teológica. La exageración de los principios platónicos había conducido a negar el conocimiento, sustituido por el éxtasis; el éxtasis arrastraba a la anulación de la individualidad, y la gran Unidad, Dios mismo, venia a ser implícitamente negado: porque la unidad simplicísima excluye hasta la existencia, que es ya una complicación. Los sistemas del lado opuesto habían engendrado el escepticismo y el materialismo. La negación circundaba el pensamiento por todas partes.
El cristianismo, basado en la revelación, descendía de Dios al hombre; es decir, tenía un carácter sintético, por lo cual aprovecha de la antigua ciencia cuanto conviene a su desenvolvimiento. Los grandes hombres del cristianismo sienten ante todo el apremio de defender la religión de los ataques asestados por los paganos y de patentizar las excelencias de su doctrina. De tal necesidad nace la filosofía apologística.
En realidad, mejor que una filosofía, la Escolástica debe considerarse un método. Manejada por la Iglesia, podría definirse el aristotelismo al servicio de la idea cristiana. No empece que en
posteriores tiempos surgiera una escolástica musulmana. Filosóficamente el mahometismo no es un antípoda, sino un retoño del cristianismo. Ambas direcciones se apoyan en el concepto hebraico de un Dios esencialmente distinto del mundo, y ambas por tanto forman en la hueste dualista frente a los panteísmos orientales. Educado en un monasterio, Mahoma no pudo formar otra idea de la divinidad que la que los monjes le enseñaron, así que su doctrina no pasó de una herejía como el arrianismo, fondo de su concepción, con ribetes nestorianos.

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